El público
Los cantos para los niños son siempre edificantes. Ellos son una fuente que quiere saber; si se les explica de manera comprensible entienden todo. El bien y el mal, lo bello y lo horroroso, lo bueno y lo malo…ellos tienen la capacidad para entender absolutamente todo sin ningún prejuicio moral ni ético.
Ahora bien, las cunanas son versos de encuentro con la vida, un canto de gratitud a la belleza del mundo y al placer que regala el goce de los instantes. Por lo tanto, están escritos para los adultos que quieran mirar con ojos de niño y que pueden entender la perversidad de las situaciones. Tiene un hilo conductor con las jácaras, sobre todo el tono de narración épica, el canto a la naturaleza, la continuidad experimental de la voz, y el escenario que presta el oficiante encaramado en Alcor.
Nexo con los salmos
El trayecto mineral del abuelo Fénix terminó entre las luces del caos y los incipientes destellos de las primeras moléculas. Al final del testamento parecía que todo se colapsaba y las palabras ya no podían describir nada o se hacían crípticas. Es en el último verso que empieza a ordenarse el discurso y titubea en una visión que se funde en el sueño. Harán falta millones de intentos como aquel hasta que se produzca el encuentro con el despertar. Será un hecho casual el que hará que, en un instante, reverbere una nueva luz y el caos empiece a ordenarse.
En el nuevo renacer, una semilla de mijo entonará los cantos de cuna, las “Cunanas”, donde describirá, no sólo la experiencia de ser fecundado y crecer unido a la espiral de los limbos, si no también, el proceso de nacer y el paso traumático por la ventana del asombro. Seguirán los sueños del despertar, notar el tono de la luz en los ojos y la aparición de las formas. Todo rueda en un descubrimiento lleno de placer donde no hay censura ya que en ese estado nada puede ser censado.
La dulzura de vivir entre espasmos, el mullido lecho acuoso, el fluctuar de las aguas internas y externas, la percusión permanente del corazón y la leche cálida del pecho de la madre, forman el núcleo central de los relatos en la caverna de las maravillas.
Al final, como un huevo, el sol nace encima de alcor y observa la creación del mundo, percibe como emerge de las tinieblas de su mente. Aquí se repite el momento de Benu, él, con dos plumas azules en la cabeza, lanza un gemido inaudible sobre las aguas primordiales y en ese instante empieza el latido misterioso de la vida.
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