lunes, 22 de marzo de 2010

Capítulo XXI La huída

Buenos días amor, buenos días. 22-3-10

Capítulo XXI La huída


Tomó una bolsa y con cuidado metió en el fondo su patrimonio recuperado, después, precipitadamente, incorporó algo de ropa y comida para el viaje. Marchó lo más rápido que pudo a Mauritania, tomó el tren que iba hasta Dakar, en el viaje no pudo desistir de acordarse de su familia y dejar caer lagrimas por la ventana así como pasaban los campos de cultivo y los paisajes secos. Allí no cambió su suerte, trabajó para un rico hacendado que lo solicitaba continuamente y lo manoseaba de manera impúdica. Era la mano de Alá en aquel territorio, un mujaidín severo que había sido compañero de armas del hombre sin rostro en Kandahar, el oscuro Mulá Omar. En su época de guerrero estuvo entrenándose en Pakistán y Afganistán y lo que hizo de él un héroe fue la lucha en el derrocamiento del régimen prosoviético de Kabul. Allí tuvo relaciones de parentesco con el Saudita más buscado de la tierra, se casó con Imán, una hija de Bin Laden la cual un buen día los plantó a todos, pidió asilo en la embajada Saudita en Teherán y lo abandonó.

Era un radical sin escrúpulos, desde Dakar organizaba los comando de Al Qaeda en Bamako y algunas zonas desérticas de Malí. En sus conjeturas hacía servir la sharía como le venía bien usarla siendo siempre una persona oscura y cruel. Vivía con él su hija Zafiya, una mujer preciosa de rostro, fruto de su primer matrimonio antes de ser mujaidín. Su madre murió en Kirkut, se inmoló por la causa de la guerra santa.

La hija era de buen corazón y de mejor cuerpo, tenía los ojos profundos y una mueca ceñida en la comisura de la boca que denunciaba el sufrimiento vivido por el hecho de ser mujer en África. A los seis años le hicieron la infibulación, la castración sensorial femenina. A los dieciocho años le salía la fuerza del deseo por los poros de la piel pero todavía no había conocido el contacto con hombre alguno.
Estaba comprometida con un militar de rango, parecía que toda la familia estaban en línea para obtener el poder absoluto, por lo tanto no reparaban en los sacrificios que tuvieran que causar. Ella era los ojos y el corazón de su padre, el enlace glorioso con el devenir. De ella esperaba la continuidad de su saga y la gloria en la historia de su país. Por ella reunió a los iniciados, nigromantes, curanderos, santeros y oficiantes de religiones tribales, también a un mulá amigo que cantaba cada día las aleyas en la mezquita oficial. Este personaje arengaba a los jóvenes para exterminar el mal del mundo venido de occidente. A la citada asamblea les pidió que hicieran una acción de gracia para preparar a su hija en matrimonio. Todos estuvieron de acuerdo al instante; la mejor ofrenda para proteger la pureza de una novia madura y casadera era cubrirla con la piel de un albino igual que el Mulá Omar se cubría con el manto de Mahoma.

Mózes escucho horrorizado los propósitos que habían ideado para poner fin a su vida, pero lo que más le conmovió fue saber como su patrón comandaba la idea sin escrúpulos. En un acto de lealtad, fue la propia Zafiya la que le relató los pormenores de la trama y le denunció las intenciones de su padre. Confesados también los asuntos del corazón le dio dinero y le exigió fugarse inmediatamente para salvar la vida. Lleno de terror y antes de ser capturado huyó hacia el puerto de Dakar y allí se embarcó en un cayuco que salía hacia las Islas Afortunadas.

Poco tiempo después le llegó la noticia de que la hija del Mulá, la que le había protegido y aliviado sus penalidades, había tenido un hijo albino. Se enteró también de que lo ahogó con sus propias manos y después se quitó la vida al despuntar el alba. Fue unos meses después de que entregara a su padre un documento escrito y envuelto en silencio. La nota era concisa: odiaba al marido que le tenía asignado y se acusaba de ser impura. Como estaba pronosticado, se había cubierto con la piel de un albino y no se arrepentía de ello. Declaraba haber tenido relaciones carnales con un ángel del cual llevaba la semilla dentro.

Su padre la encerró en una de las dependencias invisibles de la casa a la espera de acontecimientos futuros. Ella se sacrificó y con ello culminó su venganza en nombre de las mujeres que habían sufrido como ella...

Con la historia de Zafiya, su dolor y su condición de mujer, se puede hacer una de las novelas más representativas del momento que vive África, y por extensión, del sufrimiento innecesario de la mujer en el mundo...