lunes, 3 de agosto de 2009

Jácaras II, III, IV

Travesía por las tierras planas. 3-8-09

Jácara II

El sol eleva sus brazos con los colores de la aurora
y regala el calor a la vida,
pero la vida hay que lucharla.
¡Hay que lucharla!
De lo contrario…
llegas a la Ciudad del sol envuelto en una mortaja.

La vida es una llamarada en el cielo que descarga pasiones.
Es un canto enamorado que no se agota nunca.
Una lluvia matutina que resplandece en la hierba.
Son simientes diminutas, ¡diamantes engarzados!
Observo el nacimiento del sol cada día.
Así me siento renacido.

Jácara III
Padre yo te llevo a la Ciudad del sol.
Cargado sobre mí, te arrullo en un huevo de mirra.
Te llevo como una urna acoplada a la espalda.
Una gabela liviana, ¡yo te llevo!

Por las montañas y valles, ¡yo te llevo!
Por los cerros azulados y las gargantas blanquecinas, ¡yo te llevo!
Cargado sobre mí en el camino del viento;
En la senda de los jadeos terminales,
yo te llevo a la Ciudad del sol.

Padre, vamos a subir a la cima del recuerdo.
Después bajaremos a la sima del olvido.
Donde la rosa de oro pasa por la cara oscura.
Ella nos dará luz a los ojos marchitos
y tu podrás descansar en su lecho dorado.
Podrás mirar sus fuentes de luz sin temor.

Le susurrarás al oído el murmullo de un niño.
El canto doloroso que exhala el mundo.

Jácara IV
¡Lucerna de nuestro mundo!
Tú, todo lo llevas a la estación de origen;
¡es un renacer permanente!

Te elevas como una manzana por encima del horizonte.
Haces huir las tinieblas con cuantos de luz.
El destello de tus ojos evapora las gotas de rocío.

Tú, ¡señal eterna! me haces bajar la vista.
Me quemas los ojos con hechizos luminosos.
Después veo en la hierba destellos fantasmales,
¡motitas negras fulgurantes!
Son llagas diminutas que supuran temor.

¡A la rosa de oro no se le puede mirar con insolencia!

Uno y otro día, yo te saludo en el resplandor del alba.
Me presento ante ti firme, esperanzado.
Con los ojos confiados,
¡transparentes!

Te miro cuando eres niño inocente.
Promesa que trae aliento al camino.
Con el brazo en alto saludo y susurro;
¡buenos días amor, buenos días!

Después, con los brazos arcados enlazo un lugar para ti.
Para llevarte como un espejo refulgente.
Todo el trayecto te siento levitando sobre mi.
¡Lo llenas todo de colores y fantasía!

Las manos son cuencos de traspaso, cestos de mimbre.
Tomo las dadivas del cielo y las deposito en la tierra.
Es un ritual sencillo, casi el juego de un niño.
Una y otra vez cada día; ¡así, un año entero!

Las sombra huyen rápidas, el mundo se ilumina.
Sobre una piedra cabalgo, me acerco a ti, ¡yo te saludo!
Con la mano abierta tomo el primer calor que desprendes.
Primero la derecha, después la izquierda.
¡contigo hay que ser equidistante!

En tu carrera, eres veloz por los caminos del cielo.
En un instante me has hecho renacer.
El pecho se ha llenado con tu aliento generoso.
Has trenzado los lazos invisibles.

Tu vestido ya es aurora y los ojos se bañan de asombro.
Se evaporan al instante las tinieblas de la noche.
Naces entre los mantos de escarcha.
Eres himno que acciona todas las poleas.
Contigo se activa el trajín difuso de los hombres.

Sueñan y viven dormidos en la ilusión.
Pedir, pedir, pedir; cantan al amanecer.
Déjate caer en la noche; aúllan los pregoneros
…neutraliza los recuerdos.

¡suenan los transistores, sueñan!


Bajo el fuego se consume tu pasado.
!se ahuyentan las sombras!
La ceniza que has dejado es latido en polvo,
¡es sal permanente en la tierra!

Déjala marchar en las alas de Fénix.
Que el viento la lleve a su nuevo destino.

Tus alas han nacido de tus ojos salinos.
Los colores de la aurora visten tu plumaje.
Hoy, como bandera boreal cubres el cielo.