lunes, 15 de junio de 2009

Te espero en actitud amenazante

Fénix llenaba huecos de incertidumbre y abría puertas de ilusión

De ninguna manera tenemos que concluir en que el pensamiento primitivo era ilusorio, infantil y fantasioso. Me llena de asombro la capacidad que tenían para observar y llegar a conclusiones de un gran poder evocador y práctico; sus conclusiones son siempre empíricas.
En la naturaleza, el principio de renacimiento es una constante en las plantas y en las personas, en su proceso aparece la figura de la eterna repetición. En invierno descansan las semillas bajo tierra pero en la primavera la vida vuelve a despertarlas y surgen con todo su esplendor. La naturaleza también muere cíclicamente, renace o resucita cuando las condiciones solares abren un nuevo ciclo. La visión de éstas evoluciones en tiempos primitivos, especialmente agrarios, les enseñó que la tierra es la madre y el lecho de la vida. Las diosas de la fertilidad son representaciones a escala humana de ésta observación y a su vez es la constatación de que el universo entero se reproduce en nosotros; somos como un espejo en el cual podemos ver el mundo. La tierra está unida con los fenómenos del cielo; no puede ser de otra manera, está hilvanada con las fuerzas celestes. De él cae la lluvia que la fertiliza y en él transita el sol que nos calienta y la luna que ejerce poderes misteriosos sobre la vida. La visión de los procesos naturales, de sus creaciones y evoluciones, nos ha hecho conocer y entender que la tierra es matriz de todo lo viviente. También que es el nido de la muerte y es la base substancial para que de ella brote la vida.
La materia primordial es lodo de camposanto, del caldo primigenio, de la pecina fermentada proviene la vida y con ella el hombre, el cual, como todo lo vivo, a la tierra retornara para el descanso final y allí vuelve a formar parte del tamo germinal, del barro fértil de la nueva vida. Visto así es una historia inocente; hoy hay que llamarle moléculas, algas verde-azules, protozoos, células nerviosas, agrupación y al final de nuestro pensamiento, distribución de funciones mentales que observa el mundo y lo hace presente. Contra esta observación se presenta la creencia recogida en el Talmud, después por la Biblia y nos dice que del "barro" fue creado un solo hombre para ser progenitor de todas las generaciones posteriores.
El Ave Fénix se afianza como arquetipo y como leyenda nacida en la noche de los siglos, bella como una esperanza de inmortalidad, los colores de la aurora son siempre diferentes y, a su vez, significan el triunfo de la fuerza generadora de todos los cambios, la fascinación de lo nuevo sobre las tinieblas, la devastación y la muerte. Tenemos que pensar que si una evocación de éste nivel puede vencer el desasosiego, la melancolía y la incertidumbre, nos está llevando a renacer de nuestras propias cenizas, cada día. De esta manera podemos saludar el amanecer y escuchar la dulce canción que brinda la vida al sol, notar como los rayos solares nos atraviesan de gozo y nos dan el calor que hace florecer los sentimientos, las emociones y las experiencias. Esta idea de las mutaciones de la naturaleza y el hermoso canto del mito del Ave Fénix, hace del tema una de la fuentes mas asombrosas de la creación. Así no es de extrañar que el poeta Ovidio en su Metamorfosis, se haya servido de ella para explicar la Resurrección de la carne. El mito separa las cortinas de lo esperado y anhelado cuando la incertidumbre aprieta, así se abre la caja de lo ilusorio, se cierra los imponderables del infortunio y convivimos con un mundo sensible a las demandas prodigiosas. Fénix es tan sólo una leyenda pero llena huecos de dolor y nos deja sosegados en las puertas de la esperanza…

Fénis o la Ciudad del sol