lunes, 31 de agosto de 2009

El aliento es la vida

Tu voz pasa entre los dedos. 31-8-09

La muerte está con nosotros como una magnífica compañera, se cubre con los mejores vestidos de gala, las hojas de primavera le sirven y las de otoño también. Le sirve todo, las lluvias y los vientos, la tierra húmeda y la mancha tenebrosa de las nubes, el vuelo de un pájaro al alba y la piedra del pensamiento rota con el golpe de un martillo, ella nos acompaña siempre.
La presencia de la muerte es falta de aliento y se desgrana como una sombra. Es aire animado sobre un cuerpo material y se evapora, se oxida, se envejece, entre las presencias que huyen por la boca de los días: ¡la muerte llega a cada instante!

Según me explica Fénix en su tránsito por la muerte, la experiencia dormita en la disolución de las formas y la perdida de todos los registros en la memoria. Afirma que allí, en la materia disuelta, se difuminan los rastros de la identidad. Todos vamos al espacio vacío de la partículas y quedamos ocultos trás la nada; para nosotros una mancha oscura, ¡allí el ser se apaga! La cueva es su hábitat, la falta de luz y aliento su estado. Es una realidad sin presencia alguna, el agujero en la montaña perfila su carácter de eternidad. !Nada, del ser no hay nada!

La estética de la muerte ha sido y es en la cultura una presencia insoslayable, como un color en los ojos, una parte del repertorio cultural de la vida. Es ahora cuando pensamos que hay temas que no se han de tratar. Se hace pedagogía para dejar atrás el dolor, el miedo, la muerte, ya no hace falta conocerla por la morbosidad que despierta, hay que maquillarla.
Despojada de tratamiento simbólico, la encontramos en la vida cotidiana, una persistencia permanente, en la presencia salvaje de la guerra; aquí nos parece demasiado clara la intención y aparece vacía de misterio y de sentido. El ritual la coloca en su lugar, trás el habitual río de catástrofes, las noticias la hacen irreal, son dígitos, estadísticas...

La muerte en las catástrofes es una realidad insoslayable, un rayo devastador que nos deja sentados en lo irremediable. Es presente en los conflictos personales como una realidad trágica que nos arranca la vida, temas que representamos en las películas, el teatro, la poesía, etc. En la televisión, el cine y la prensa escrita tiene una presencia insoslayable, familiar y intranscendente, es una cita sin gravedad en la mayoría de los casos.

A la muerte hay que darle un lugar con la dignidad que se merece, No podemos ser ostentosos en la vida y escamotear la muerte tras los riscos de la montaña. No podemos hablar por la boca del difunto y exponer la excusa de que es el lugar que él quería, un lugar romántico desde donde verá la eternidad de manera amable. Tras la muerte no hay paisajes, no necesita ni un lecho romántico ni una mansión ostentosa, necesita un lugar para guardar la memoria para los vivos.
Tirar las cenizas al viento no es un acto ecológico, es un acto irresponsable. La cenizas, se coloquen allí donde se quieran colocar, siempre irán al río inmenso de la materia, no hace falta nada, todo lleva el mismo camino. No debemos deshacernos de las responsabilidades para con los que se han ido.

Perdidos para algunos los rituales antiguos, la sociedad civil ha de crear sistemas para despedir a los seres queridos y para guardar su memoria con dignidad y sin ocupar más espacio que el necesario. Una ventana en la roca para respirar el aire que emana, sin filtros ni espectáculo. Un agujero, un hoyo como una matriz que recoge todas las iniciativas que produce la razón; aquí, en este espacio, los pensamientos se contraen al volumen de una gota.

Alcor II es un columbario para quince generaciones, la caja de la muerte de 7.500 años. –La muerte es el camino inicial para dar continuidad a la vida –. Dice Fénix en sus salmos, así que Alcor II es un espacio donde la memoria es contemplada como el marco ideológico en el cual el pensamiento renace, por el momento en forma de canto como pasa en el huevo de las cunanas.