martes, 16 de marzo de 2010

Capítulo V

Entre los campos caminas, orgulloso me haces bajar la vista. 16-3-10


Capítulo V

Los ojos húmedos de la mañana, el brillo intenso de sus pupilas y la boca paralizada de asombro se llenaron al instante. Así cayó sobre su conciencia el yugo del sufrimiento, el peso insoportable de la vida, ¡no precisamente la levedad del ser! Por los ojos le invadió la soledad como un llanto sin consuelo; ¡la venida al mundo era dolorosa! Se podía constatar en la mirada de su padre el fruto extinto de las tierras baldías, comprobar como nada había florecido tras las llamadas continuadas de resurrección. Entonces cayó en la cuenta de que en los ecos de la aurora se podía escuchar... "no hay resurrección posible, hay cambio permanente en el juego de las permutaciones".


La realidad era devastadora, encima de la piedra estaba el “ser” languideciendo de tristeza y ella se suponía que estaba allí como aliento de salvación; le habían adjudicado el rol de redentora en un sueño, en una fantasía nacida de los forcejeos de la desesperación.

La verdad sea dicha, prefirió ser la luz del alba dibujando el horizonte…

De su mente luminosa emergió la ley natural, sintió detrás de los ojos que la vida y la muerte son hijos complementarios del sol. Que los pies son raíces que crecen con el tiempo y, si ves claro el devenir, mejor seguir los pasos apacibles de las auroras. Así se manifestó mientras consumía rápido los pocos segundos de vida que le quedaban, instantes que disolvió como aliento entre colores boreales…


–Venir al mundo está muy bien, una vez visto, mejor marchar antes de que te encadene la cobardía.–


Decidió no seguir ni un segundo más en aquella situación, ¡con lo visto ya era bastante! No quería venir al mundo a ser redentora de nadie, quería ser normal y escuchar las cunanas como todos los niños, o bien, fundirse en un abrazo eterno con los fulgores del día. Desde el nacimiento del tiempo es lo que había hecho sin cesar; siempre disuelta entre la trama y urdimbre de la rueda de los cambios.


El invovoz es un chamán de nueva estirpe, ya sin la posible resurrección, no le queda lugar en el mundo. Sus atrevimientos e invocaciones quedarán fundidos en la nada; esa es la justa recompensa a los sueños. Otra cosa es el que mueve los hilos del invovoz... Este personaje ha dado curso a todas las penalidades personales y las ha vertido en la historia, se ha liberado de ellas como de la piel vieja se libera la serpiente. De momento le han encargado una escultura para el hospital de Reus y sobre ella ha dejado caer el nombre de Ció y el curso solar centrado en la simbología del numero 12. Ha sido una contingencia demasiado casual, ¡en ocasiones tenemos que admitir lo increíble! Después de las plegarias vertidas entre los rayos de luz, alguna cosa sólida tenía que nacer de las invocaciones al renacimiento…


Solo fue un instante, sin decir nada, sin aliento y sin saber el motivo, Ció lanzó un grito roto, blasfemo, aullido seco como el crujir de una piedra azotada por un martillo. El lamento fue tan lastimoso que llenó de suspiros el aire y, al instante, algunos jirones de angustia quedaron prendidos de los árboles, en los riscos de la montaña y en el lecho de los ríos. A los dos segundos de aparecer por la ventana del asombro decidió desvanecerse entre los rayos del sol, convertirse en el perfume de la aurora y llorar entre el rocío las lágrimas de la mañana. Ella era la nueva luz esperada…la de siempre, la que languidece en el curso aburrido y circular del cielo.


En la mente de su padre, ya fuera del cuerpo del invovoz; como se ha dicho quedaron doce señales de piedra formando un círculo, obra ofrendada a los donantes de sangre. La sombra de estas doce almas justas, la reverberación de la mica y el tono de sus rostros pétreos, son la presencia permanente de Ció.