lunes, 22 de febrero de 2010

A veces, tu y yo somos uno.


A veces, tu y yo somos uno. 22-2-10
El desconocido

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Casi cada día me cruzo en el camino con un ser extraño, con sólo mirarle me lleno de angustia y temor. Es un vagabundo que no hace mal a nadie, no roba, ni inquieta a los vecinos, puede que sea solo un caminante que ha parado el caminar. Alto, espigado, con barba de semanas, sin peinar y desnutrido; se le ve extenuado. Viste un abrigo negro ajustado al cuerpo, camisa de franela a cuadros, zapatos deformados y sin cordones y pantalón vaquero. Levanta los hombros y hunde el cuello con un movimiento pausado, se puede deducir que se esconde entre los hombros. Hoy llevaba colgando de la mano un conejo muerto, maltratado, parecía atropellado por un coche.

¡Cualquiera podría narrar con su vida una historia llena de encuentros humanos, seguramente tristes, desgraciados e infaustos!

Malvive en una casa abandonada muy cerca de La Comella, una casona llena es escombro, tapiadas las ventanas y ausente de vida.... No sé como pudo abrir un agujero en la pared y por él se cuela; entra y sale cada día entre crepúsculos. La casa se ubica en las tierras baldías donde todavía florecen los lirios, es un lugar que me llena de melancolía; es un sentimiento que se disuelve en el aire y lo deja todo saturado de recuerdos. Los árboles frutales se han muerto, algunos se han hecho salvajes con frutos enfermos. Todo el valle presenta el mismo rostro, la misma agonía, el mismo abandono y a su vez la pervivéncia de un sueño feliz. Allí vive el pasado enganchado a las piedras, se estremece en las ramas donde todavía resuenan risas jubilosas. Ahora es derrota, victoria del tiempo mineral, sigilo entre rumores, temor y silencio que se abate. Se podría afirmar que él también es una imagen del pasado que se hace presente, un cuerpo desplazado que camina sin aliento; ¡pero... no, no es real!

Yo le digo…
–¡Buenos días!–

Él me mira perplejo y sigue caminando, sin mover el ánimo sigue caminando, sin prestar atención a nada de lo que pasa a su alrededor..., ¡sigue caminando sin mirar! Atrás deja su estela como un surco en mi mente. Así se aleja lentamente y se pierde en el último recodo del camino, ¡lentamente! Lo miro sin espiarle, observo como aquel rostro ausente se lleva sus dudas y las mías,
¡sin decir nada se las lleva!

A veces me pongo a pensar si soy yo; ¡ya de regreso…
!