miércoles, 17 de marzo de 2010

Capítulo VI

Tu me haces viajar a velocidades sorprendentes. 17-3-10
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Capítulo VI
Mózes y Mesala

A los siete años se atenuaron los problemas; un nuevo poder religioso se instaló en la comarca y hizo correr rumores que cambiaban totalmente la versión de su estado. Aquellos aspectos que lo relacionaban con el maligno ahora eran signos angelicales, luminosos y eso permutó su suerte en un ser admirado y deseado. Las niñas venían a verlo y lo tocaban como a un santo, los hombres lo saludaban y le daban dinero sin motivo alguno, las mujeres hacían cola para poderlo bañar y hacerle prendas de vestir.
Fueron sus años de asombro y felicidad, aunque siempre intuyó que alguna tragedia se ocultaba en todas aquellas atenciones. No dejó de pensar en una sombra tenebrosa, una nube hija de la primera noche de su vida, tragedia que se acercaba así como pasaba tiempo.

A los once años le pasó algo inusitado, un hecho que le marcó definitivamente su porvenir. Mesala, la hija mayor de uno de los tiranos del pueblo, le hizo una visita. Era una mujer fuerte, decidida y hermosa. Tenía veintiún años pechos voluminosos, piernas largas, cintura estrecha caderas anchas y unos labios de asalto para servir a un marido viejo e impotente.

–Mózes, he venido a bañarte, hoy me toca a mi y lo he hecho saber a las demás, así que no aparecerá nadie más, ¡ninguna desgraciada y latosa vendrá a manosearte.–

Enmudeció como siempre, quieto como un mármol tuvo el presentimiento que todo su destino estaba trazado y que sólo era cuestión de esperar los acontecimientos.
Mesala lo tomó en brazos y lo llevó al patio posterior de la casa, lo desnudó y lo puso en un barreño de cinc con agua tibia que previamente avía preparado. Le frotó con cierta calma, primero la espalda, después el pecho y poco a poco le acariciaba la entrepierna. Notó como aquel cuerpo de ángel se despertaba sin querer. Casi aterrorizado, Mózes balbucía palabras inconexas y decía…

–!No..., no me toques! –

Mesala no hizo caso, cambió el ritmo de las manos, le cortó las uñas y las recogió en una bolsita, le cortó un mechón de cabello y un trocito de piel seca que también fueron a parar a la bolsita. Mientras hablaba con gestos de muñequita sensual, le explicaba que era el día catorce de su ciclo, que aquella acción era muy especial para ella ya que iba a recibir una ofrenda de dios. Sentía en cierta zona de su cuerpo una sensación de mucosidad cálida y tenía los pechos más apretados que los días normales. Le tomó una mano y la llevó con cuidado hacia la vulva.

–Toca, toca, ¡ángel mío! Aquí poseo el don de la vida y hoy, gracias a ti, va a encarnarse el milagro de la luz. Mira bien..., esta es la gruta de las maravillas donde los hombres se pierden… donde, donde los placeres se consumen y las mentes enloquecen.–

Así farfullaba como un autómata, una muñequita cargada de lubricidad y decisión en lo que hacía y decía.

–¡Esta es la puerta del misterio, la ventana del sombro, la mandorla divina…!–

Así hablaba, de manera seguida, monótona e hipnótica, sin dar tiempo a pensar ni a reaccionar ante ella.
Él dio un salto y salió del barreño de cinc con ojos pasmados y temblando de miedo. Un cuerpo de raza negra, perfectamente proporcionado, erecto como un chamán y blanco como la luz. ¡Era una aparición del deseo celestial encarnado en la tierra, la sensualidad de Ció en los estambres del mundo.
Mesala saltó sobre él, lo tumbó con facilidad y lo poseyó forzando su voluntad. Cuando estuvo llena se levantó, se remangó las faldas hasta la cintura, tomó barro del suelo se restregó las piernas y se tapó el sexo empujando el semen hacia adentro.

Mózes no se movió, estaba sucio de barro y de indignación.

Mesala no volvió a verlo, su cuerpo se hizo más fuerte y al tiempo tuvo una niña que no creó ni un comentario a reseñar, excepto el hecho de nacer un día ya reseñado, 13 de febrero del 2010 a las 7,52 h. Su madre le colgó en el cuello una bolsita que Mózes reconoció al instante cuando la vio...