domingo, 30 de agosto de 2009

Huir dentro de los ojos: buscar es deseo de conocer.

Siembro el aire al despuntar el alba. 30-8-09


El mundo de los salmos nace en el impulso creador de los átomos, ellos dejaron gravada su inquietud en la formación de moléculas y más tarde en el “cuerpo calloso” de todos los seres vivos. Cualquier forma de inteligencia lleva su herencia y no puede substraerse a ella, por el contrario, es llevado, inducido por el impulso creador de la materia, de ahí la necesidad de saber, de organizarse, de buscar la diversidad, de hacer depósitos de memoria y de fomentar la capacidad para replicarse...

El gozo que cada ser experimenta al aprender lo extrae de la voz inaudible, del canto misterioso que habita en él; es el misterio emboscado que se expresa, la presencia de la molécula inicial que irradia inquietud vital. La reverberación del origen nos habla con el timbre de la luz, con el aliento genital de las semillas. Cada mañana, cada primavera, cada cópula, es un impulso motivado por la resonancia de la primera unión.

¡Sembrar es un acto lleno de turbación...!

Tomar luz para iluminar los espacios internos. 30-8-09


En nuestra realidad, la profundidad del cielo no esta hacia delante, no es lo que se presenta delante de los ojos, está detrás y huye sin cesar. Mas bien es una luz que se hunde en el cerebro, se comprime con una energía inaudita que amenaza con devorarlo todo. Se comprime en el tiempo, huye en el hipocampo, el cual rastrea los atajos para encontrar la suma de los instantes. Traspasa el Fornix para instalarse en el tálamo y repetir un salmo, un fonema esencial emitido por los primeros cocos y diplococos…


Estoy escribiendo los salmos, ya lo he anunciado otras veces, me encuentro en un laberinto sin marcas. No quiero presentar lo ya trazado; deseo indicar las sendas floridas, una alternativa sinuosa. Me encuentro solo, ¡a veces desamparado!


Las nubes se arremolinan, el sol resplandece y los colores de la aurora presentan el despertar del mundo de manera diáfana. Nada queda oculto a la mirada, Fénix es transparente. Todo él entra por los ojos y transforma cada uno de los sentidos. La percepción es holística y cada uno de los factores interviene en la creación del momento. Hasta las uñas se resienten con la carga emocional del instante. Los sonidos se hacen táctiles, la humedad esta perfumada, la piel recoge las gotas de rocío y las evapora al instante, todo es un devenir continuo, nada vuelve atrás.


Cada día es una experiencia nueva, los cantos de la aurora son sagrados porque hablan del aliento del mundo, que es nuestro aliento, del color del cielo que es nuestro cielo, del aire de la mañana que es el que respiramos… El espíritu se siente unido a los misterios porque nosotros somos un misterio no revelado. En el enigma de la naturaleza se respira la luz tangible de la mañana, entonces es materia disuelta en el espacio y se amasa como el pan. El color es una atmósfera de gránulos disueltos que hace de la profundidad una percepción emocionada, un estado anímico sobrecogido y una sensación de grandeza llena de contención. La creación del devenir es tan evidente, su luz desprende tanto poder, que nos deja sentados ante lo inexplicable. A esta situación tan física, tan concreta y, a su vez, tan llena de evocación numinosa, le llamo “la realidad estética”.


El mundo penetra lentamente en nuestra psique, se cuela como la brisa y forma una imagen asombrosa con su palpitar. Un ser nuevo se deviene en nosotros, es un proceso irreversible que no se detiene nunca, es la huella del tiempo que se sobrepone en capas delgadas y forma un depósito de experiencia inolvidable.

Encima de Tanina me digo, – ¡este es el verdadero renacimiento!, ya no soy el que era antes de subir a esta pequeña atalaya –, soy diferente, solo eso, soy diferente.


Como afirma sobre el tema Ilya Prigogine [1]


“..el hombre forma parte de esta corriente de irreversibilidad que es uno de los elementos esenciales, constitutivos del universo”

Una conclusión que llega a asustarme; soy diferente y conservo los recuerdos del pasado. ¡Todos viven en mi y todos pueden desvanecerse como las nubes que deambulan por el cielo.

Los recuerdos los amaso, los describo lentamente sobre el papel, los dejo ocultos en la roca, son recuerdos, no son nada, ¡No son nada! Es posible que los recuerdos también sean acumulativos y que en el haber colectivo quede alguna cosa. Una obra difusa, imprecisa, sólo una puerta abierta a lo ya pensado. En el futuro quizá tengan algún peso en la vida de los humanos. Una leve emoción que viva en libertad y se desprenda sin cesar; quizá la resonancia de la tierra que ayude a mantener más fina la palabra intuida.


Las musas han muerto, ¡es una lastima…! Todavía resuenan sus cantos de tristeza: cenizas disueltas en el funeral de Patroclo. Como los salmos de Fénix, se oyen en los legamos del río, se exhala como un vaho perturbador; de allí lo esnifan algunos poetas como elixir misterioso. La intuición es la inteligencia profunda del ser humano. ¡Las musas han muerto, es una lástima!


Subo a Tanina, otra vez tomo puñados de sol para iluminarme por dentro, ¡es un momento misterioso! Con un palo amenazo al horizonte, ahuyento las tinieblas limpio de legañas los ojos. Una semilla de rebeldía se ha despertado, algo germina en mi que tiñe de violencia el instante. Soy un depredador que no reprime los instintos, amenazo ya que tengo miedo, subo a Tanina ya que soy pequeño, escribo ya que soy mortal y deseo permanecer aquí un poco más. ¡sólo unos instantes…!


[1] Ilya Prigogine, El nacimiento del tiempo. Ed. Tusquets, Metatemas. Barcelona 1993. P.25