jueves, 18 de marzo de 2010

Capítulo VII El hurto

Pasas entre los dedos como agua celeste. 18.3.10

Capítulo VII El hurto

No se sabe como ocurrió, el caso de Mesala pasó a oído de las “bacantes”, en aquel lugar no eran otra cosa que putas baratas. Era una presión continua; ellas necesitaban una excusa divinizadora para hacer lo que hacían. A partir de entonces, del pueblo emergían todos los rumores pensables, Mózes tuvo que huir en más de una ocasión.
El mayor desasosiego vino de manos del marido de Mesala, se había vuelto grosero y le amenazaba con poner precio a su piel, costumbre antigua que en algunas aldeas se practicaba sin ocultarlo.

Mózes ya conocía lo ocurrido con su tío, su madre se lo había relatado con todo detalle cuando empezó a tener uso de razón. ¿Como lo supo ella? Amenazó a su marido con males peores que morir si no le relataba los motivos… ella tenía que saber porqué quería matar a su hijo. De entrada se negó a ir al lecho con él en el resto de sus días. Algunas veces pensó en envenenarlo si no se lo explicaba, siguió presionando hasta que él cedió y le dejó caer el relato de golpe; salió de su boca como plomo fundido. Como un maleficio que surge sangrante del pecho emergieron las palabras. Una vez confesado se sintió libre y en paz consigo mismo, parecía otra persona aunque nunca más solicitó a su mujer ni miró a su hijo de frente.

El estado del pueblo fue empeorando, su madre ya no podía protegerle, la situación se hacía insoportable de día en día y la miseria llenaba las vidas hasta la desesperación. Mózes se sintió acorralado y solo, aquel lugar ya no era su pueblo, no se creía seguro y decidió huir de aquel infierno. Antes pasó por cierto lugar que tenia bien controlado, un zaguán lleno de trastos viejos, mascaras rituales, bastones de mando, raíces pintadas de blanco y objetos extraños. Cogió un envoltorio que había en un estante colocado de manera muy visible y de uso reciente. Lo miró atentamente y sintió todos los instantes de su vida envueltos en aquella pequeña mortaja. Destapó un poco la bolsa de tela y reconoció al instante la piel de su tío, era blanca como la suya y aunque estaba apergaminada y seca mantenía el tacto delicado que lo identificaba. No pudo evitar que las lágrimas nublaran sus pensamientos, a su vez, una fuerza inusitada le entró por los pies y llenó de energía su cuerpo. Miró alrededor y prometió que nada ni nadie lograría pararlo si no era con la muerte. En su mano descansaba el hilo genético de una familia cargada de sufrimientos, el dolor acumulado en aquel envoltorio era mayor que todo lo que se pueda narrar con palabras. A Mózes le pesaban los pies, le presionaba el pecho, el aliento no fluía y tenía dificultades para pensar, pero aquel caudal de energía venia de lejos y como un mensaje cifrado le decía lo que tenía que hacer.
Salió por donde había entrado, una ventana en forma de mandorla que se abría en una pared de barro. Nadie lo vio y si lo vieron no tuvieron tiempo para contarlo y detenerlo…