sábado, 13 de marzo de 2010

!Buenos días amor, buenos días Andreu!

!Buenos días amor, buenos días! 13-3-10
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Capítulo III El tío de Mózes


Los comentarios amenazantes no faltaron nunca, algunas vecinas hicieron correr la voz de que era hijo bastardo, fruto de un escocés ayudante de enfermería. Llegó como miembro de una ONG de médicos sin fronteras. Había pasado por allí tiempo atrás cuando ella hacía las labores de limpieza en el hospital donde él trabajaba. La verdad es que al cruzarse ambos, sin saludos, sin intercambio de palabras, siempre se miraban con ojos entrañables.
Su marido no prestó atención a estos rumores simplones, el conocía muy bien lo ocurrido. Doce años atrás tuvo un hermano mayor que él que era parejito que su hijo, réplica que ahora se reproducía y avivaba la tragedia que le había acompañado una parte importante de su vida. Se podía ver en el niño recién nacido su viva imagen reencarnada. Pensó que era la resurrección vengadora que tomaba forma de la manera más cruel; ¡el cuerpo de su propio hijo!

Recordó que su hermano siempre fue un niño ejemplar, jugar con él era envolverse en el misterio, no obstante su peculiaridad atraía los problemas continuamente; vivir junto a él era moverse en la caja de la tragedia.
A los doce años lo raptaron, los violaron, lo molieron a palos y lo descuartizaron. Era un recuerdo que no dejó de martirizarle ni un solo minuto desde que pasó aquella tragedia. Delante de él le arrancaron la piel y con ella hicieron un pergamino dúctil y resistente. En el pergamino anotaron las claves ocultas de algunos rituales practicados en el corazón de África. El sangrante tema y todos sus pormenores lo conocía muy bien; cuando pasó, le obligaron a estar presente y ser un testigo de piedra para siempre. Le hicieron ver los hechos para que callara su propia vergüenza y complicidad.
De todo aquel horror no dijo nunca ni una sola palabra, en cierta manera lo ocurrido limpiaba a la familia de un estigma desdichado. Seguramente primero fue el miedo el que le mantuvo en silencio, después se creó la complicidad con algunos de los responsables de asesinato. Ellos siempre pensaron que tenían el deber de hacerlo. En sus luces, que no eran sobradas…, con los palos del martirio habían ahuyentado males peores a la comunidad.

Ya de mayor asumió el hecho como un mal sueño, una pesadilla escondida en el recuerdo. Aquello igual no pasó pero si pasó igual tenía que pasar…el mundo era así y sus leyes tenían estos requiebros. No obstante siempre pensó en el pergamino, en los dibujos y anotaciones que hicieron sobre su piel, en el celo que ponían en guardarlo y protegerlo.
Cuando vio nacer a su hijo y observo en el rostro y el cuerpo las señales inconfundibles de su hermano, la pervivencia del pasado se reveló como estruendo de luz en su mente. Creyó morir al instante y fue cuando perdió la razón y se abalanzó contra su hijo. Un coágulo se posó entre los ojos y, al instante, se le agolparon en la cabeza todas las imágenes de la tragedia; su resolución fue clara, ¡había que eliminarlo...!

Vigilado por su mujer y avergonzado por su cobardía pasaron siete años; él ya nunca pudo ser el mismo. Caminaba por las calles como perdido tenía citas con los asesinos de su hermano, las sombras del pasado y visitaba los templos en busca de un Dios imaginario. Sus cómplices habían cambiado ligeramente de opinión, ahora eran ambiguos en sus resoluciones. Aunque persistía la tradición de apoderarse de los seres luminosos ya que se cría que eran mensajeros. Estas personas podían ser miradas como porteadores de lo sagrado o lo diabólico, siempre dependía de quién era el que hacía las interpretaciones y las conjeturas...

El niño era precioso de formas y ejemplar de corazón, hacia la vida junto a su madre, le ayudaba en todo, aprendía rápido y leía historias populares, entre ellas las antífonas de Ció; la niña que se había convertido en luz. Su afición por la lectura le permitió vivir en soledad sin encontrar a faltar nada, era la manera de descubrir entre sus ojos, en la luz de su mente, lo que los demás le negaban.