miércoles, 15 de julio de 2009

Tomar del cielo, dejar en la tierra.


Tomar del cielo, dejar en la tierra. 15-7-09

Nada queda entre los dedos, mis manos son cestos de mimbre y la luz penetra sigilosa por las hendiduras. Se cuela como se tamizan los granos de arena, quizá son ondas luminosas y las he transformado en fotones, en mismidades diminutas que se evaporan al instante. Eran frecuencias probables y las he transformado en materia invisible que hieren la cutícula del centro de la mano. –Ya expliqué lo del pozo insondable, la llaga que no se cierra nunca, herencia de mi padre–.

Quizá al golpearme han dejado un mensaje cifrado entre los surcos de la piel y yo no he sabido verlo. Pasados los años algo llego a ver después de cada jornada, poco a poco percibo la piel reseca de un ser transformado. Al caminar me delato, cada día son diferentes los gestos de espalda, las flexiones de la boca, el movimiento de las piernas. Lo noto también entre los pliegues internos, donde quedan ocultos mis sentimientos.

¡Las heridas de los instantes, sin atributos, realmente son las mortales!

Las pequeñas heridas también hablan el discurso de la mañana, forman la membrana del tiempo. Incisas duermen en caga grieta; ¡en cada rincón queda su sello! Ya no tengo 20 años y gracias que he llegado hasta aquí, es un consuelo el trayecto recorrido. Los paisajes que han entrado por los ojos han hecho un archivo memorable, son recuerdos del viaje. Todo lo transitado configura una aventura extraordinaria, ¡caminando he aprendido éste lugar de la vida!

El dibujo que se ha grabado en la piel hoy lo recuerda, ahora es el resonar del tambor percutido por el tiempo el que habla en el pecho. Noto como tintineo con la voz pausada de la lluvia, con el siseo quebrado de los robles torcidos. Mis ojos casi no ven, pero distinguen los mensajes en el plano de los cambios. Ya se descifrar el correo encriptado en cada arruga, en el tono de la piel marchita, ¡en la inflexión del mensajero!
–nada es permanente, ¡todo pasa!–

Es la voz de la naturaleza que resuena entre montes, ¡me muestran el camino! No dispongo de fe para consolarme, sólo pandean sobre mi las gruesas vigas del cielo.
¡Ya sólo me quedan retales de dudas y presiones en el pecho!

Con la palma de la mano hacia arriba tomo las gracias del cielo, el rocío de la mañana. Lo tomo para alimentarme con él como Fénix. Con la otra mano invierto el movimiento y los dejo caer en el suelo, ¡levemente! Como diamantes suenan al caer encima de las hojas, dejan un rastro imperceptible, pero verdean y brillan al instante. Yo lo he visto sin haber bebido, ¡cada mañana…!

Estos pensamientos me vienen a la memoria al despuntr el alba, es la pedagogía de la realidad la que me avala. Después de la sesión de fotos me espera el taller, hoy fundimos, es un día duro...