sábado, 3 de octubre de 2009

Versículo II

Los destinos se dibujan, el cielo está cargado de presagios. 3-10-09

Como ceniza en la boca se forman las palabras. 3-10-09

Versículo II

La muerte


Sitúo mi cuerpo en el centro y elevo los brazos.
Los elevo hacia el sol para que sus rayos pasen.
Mi cuerpo de bonzo es prendido al instante.

Con el batir de alas las llamaradas se elevan.
Como T h Ì c h Q uà n g me recojo en el suelo.
Las llamas son mi vestido, ¡mi mortaja de luz!

Veo luces reverberantes a través de ellas.
Mantengo la calma entre las brasas del sol.
Arrodillado me repliego como un gusano.

El crepitar de las llamas inunda mis oídos.
El olor entra por la boca, me produce espasmos.
El dolor ya se ha olvidado, el sueño es placentero.

Mi cuerpo se incinera con un soplo que yo avivo.
Los rayos del sol arden entre mis manos.
El dolor es sólo un instante; tú me eximes.

Después queda la paz eterna; tú me absuelves.
El gozo de no gozar nada; tú me relevas.
Sólo queda el color del alba; tú me liberas.

Me ha caído el carbón de la noche en los ojos.
Una mancha oscura cubre mis pensamientos.
Una luz poderosa apaga todos los recuerdos.

Es una llamarada de pasión desconocida.
Con ella me estremezco por última vez.
Me arrugo lentamente como un pergamino.

Como una góndola negra me balanceo.
Con dulzura tu me llevas en volandas.
Mis pies son alados como el viento de Júpiter.

El silencio es más lejano que el silencio.
El destello de la nada me produce espasmos.
La luz me ha abandonado los sentidos la luz.

Ya no siento nada, mis ojos están ciegos.
Mi boca es una caverna, un hueco infinito.
Presiento el chispear alegre de las llamas.

Son lejanas como el cielo, ¡ya no las siento!
He quedado disuelto, mi aliento ya es aire.
Soy neblina que canta dulce en la plana.