Versículo IV
Agradecido
Hijo, tu me llevas por las tierras planas.
Siento el vigor y el retronar de tus pasos.
Te confundes en el lago calmado y el trueno.
Me balanceas, como el viento me acunas.
Hay alegría en tu boca, en tus ojos veo el sol.
Tus manos repican como castañuelas del río.
Me haces feliz si cantas y buscas el alba.
Siento orgullo y agradecimiento en ello.
Tu espalda es fuerte y me llevas liviano.
Tus pasos siguen mis huellas frescas.
Te guían los seis palitos de milenrama
Son mis ojos que nacen en la aurora.
He escuchado tus jácaras con atención.
Hacen vibrar el aire como tambores de guerra.
¡Son cantos dolorosos que llagan las piedras!
Lágrimas que deja la mañana sobre la hierba.
Espinas de los hombres que sangran cada día.
La tragedia es el cabezal de vuestro lecho.
No sirve de nada el llanto no sirve.
No te aflijas, yo empiezo a fluir ligero.
Soy vaho que cubre el perfil de las montañas.
Sombra que huye veloz en el ocaso.
Disuelvo mis manos en el surco de la tierra.
Ahora camino sin pies, ¡no los necesito!
Soy en los colores del alba, paso entre tus dedos.
Rocío de la mañana que limpia las hojas.
Siento como se aleja el olor de los almendros.
Se han hecho resina, goma arábiga, ámbar fósil.
Mañana seré risco calcáreo, quizá agua de río.
¡Roca para Alcor II, sillar en las fábricas!
Las radiaciones hablan por mi boca.
El C14 canta los versos que traza el camino.
Mi alma está con el espíritu del mundo.
En sus manos hago trayectos imposibles.
Es un viaje de ensueño que no termina nunca.
Sólo añoro cantarte por las mañanas.
Hijo, tú me llevas como sal de la tierra.
Al seno de la luz permanente tú me llevas.
Me encomiendas un lugar en la metrópoli oscura.
Como una gabela ligera pasas por los eriales,
Por montañas y valles cantas y me acunas.
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