I Voz
El barquero ha abandonado su acecho.
Nadie quiere pagar tributo por pasar el hades.
Nadie lleva las monedas asidas a los ojos.
Ni el óvolo bajo la lengua;
¡es un negocio en ruinas¡
Ahora nos habita la soledad de los descreídos.
Hay que expulsar siete piedras en el límite.
Después se han de vadear las aguas desnudo.
La corriente me lleva por las grutas tenebrosas.
El tiempo tritura los huesos, los hace polvo.
Trajina los cuerpos como sacos de harina.
Para entrar en la caverna del sufrir calmado.
Así verás los cielos con el alma de la tierra.
Hay que pasar primero por la puerta del olvido.
Donde hay que dejar el dolor en un estuche de cobre.
Con este gesto se cumplen todas las deudas.
En el último suspiro se hace balance de todo.
El cuerpo ha de estar totalmente descarnado.
El yo vacío de recuerdos, las lápidas borradas.
El espíritu disuelto en el alma del mundo.
El polvo estelar te acoge y te lleva lejos.
La memoria fundida en el tesón de la vida.
Reconciliado el ánimo y prendido en la luz.
Como el verde acebuche prendido.
En los estrivos de la paz absoluta.
Llegas a los límites del mundo y el asombro.
Allí quedas abandonado en un lecho nuevo.
La cuarta puerta es de roca viva.
Tiene postigos de pedernal afilado.
Guarda la vida en estuches minerales.
El tiempo se detiene y habla del silencio.
Encapsula la memoria y la retiene.
Espera el momento eficaz para actuar.
Entretanto reflexiona la mejor forma.
Fortalece los extremos para impulsarse.
Es levadura que resuena en la roca.
Cada ser ha de mover sus fichas.
Nadie te enseña los pasos firmes.
La rueda de los cambios es implacable.
No tiene compasión ni credos.
¡Es inhumana y basta...!
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